lunes, 7 de septiembre de 2015

El último reto de Diego Lastra

  • Familiares y amigos toman el testigo de su lucha por la igualdad de oportunidades a la discapacidad

  • Falleció tras caer al vacío en Baztan Abentura por un fallo humano

  • Hoy le rinden homenaje en Getxo 

     BELÉN FERRERAS Bilbao

     

    Diego Lastra quería que su silla de ruedas fuera sólo eso, una silla. Era un espíritu libre. Se sentía libre cuando pintaba, cuando viajaba, cuando iba a conciertos con los amigos, a tomar unas cervezas a los bares de moda, cuando esquiaba, o cuando volaba suspendido en una tirolina. La silla no era más que algo circunstancial que el destino había cruzado en su vida. Pudo haber sido una barrera, pero para Diego no existían barreras.

    A él le gustaban los retos. Pero no sólo los que le marcaban los deportes de aventura, que le hicieron tan feliz y que acabaron con su vida el pasado 29 de agosto cuando se precipitó al vacío desde 100 metros de altura en una de las atracciones del Baztan Abentura al parecer por el descuido de un monitor que no le sujetó de forma debida a los arneses. Toda su vida había sido un enorme reto, una carrera de obstáculos que había ido superando con una energía vital que le impulsaba a vivir cada minuto.

    Afectado por una parálisis cerebral motivada por una falta de oxígeno al nacer que le suponía una gran incapacidad y le obligaba a depender en todo momento de ayuda exterior, Diego no andaba, tenía grandes dificultades para mover las manos e incluso para hablar, pero se lanzó a la aventura de vivir como si sus dificultades sólo fueran un reto más que se obligaba a superar. «Cuando le conocías veías un hombre en una silla de ruedas, pero a los diez minutos de estar con él te olvidabas de la silla, sólo veías a Diego», dice Javi, uno de sus amigos y monitor de ocio en la asociación de personas con discapacidad de Bizkaia, Fekoor, con el que compartió viajes, excursiones y charlas.

    A Diego le gustaba vivir, y le gustaba contarlo. Escribir en su blog con el ordenador a través de un puntero colocado en la cabeza, -el mismo que usaba para pintar- colgar fotos de sus aventuras y de sus viajes. Que todo el mundo supiera que sus limitaciones no habían sido una barrera, ni un impedimento para conseguir no sólo hacer parapente o esquiar, sino llegar, por ejemplo a licenciarse en Derecho. Era su forma de demostrar al mundo que había oportunidades de cambio para los que como él tenían 'diversidad funcional' como le gustaba que se denominara a su discapacidad. Contar que vivía intensamente era su manera de reivindicar a la sociedad, y a las administraciones, la ayuda suficiente para que esas barreras que él luchaba cada día por superar, fueran cada vez más bajas para los que venían detrás y llegaran por fin a desaparecer. Ese era su reto.

    Y ese sigue siendo su reto también ahora, cuando el testigo de Diego quede en manos de su familia y sus amigos que no dejarán que su lucha por la igualdad quede en saco roto. «Hacía falta un batallón de mil diegos para hacer ver y entender a la sociedad que se está equivocando, porque estas personas tienen mucho que aportar a la sociedad», señala Javier.

    Esta tarde su familia y amigos le despedirán en un acto de homenaje en La Galea, en Getxo, municipio vizcaíno en el que residía.


    Óscar y Paola, sus primos, «éramos como hermanos», dicen, con los que Diego compartía confidencias y residencia, quieren que sea un homenaje alegre porque «él siempre estaba sonriendo».

    Los asistentes vestirán de blanco, como guiño al amor que sentía por Menorca, isla en la que veraneaba y donde residió durante doce años, y se reunirán en torno a una silla de ruedas de luz. Se verán sus cuadros, que pintaba con el puntero en la cabeza, se soltarán globos para simbolizar la libertad que buscaba y se escuchará su música: Queen, Dire Straits, MClan, Malú... Será una despedida alegre, porque él era alegre:«Podías hablar de cualquier cosa que te parecía un problema gordísimo y siempre te decía 'bah¡'. Todo le parecían tonterías porque él sólo quería vivir y le parecía que la gente se complicaba por bobadas», dice Paola. «Por eso, al final era él el que nos apoyaba a nosotros, en lugar de nosotros a él», puntualiza Óscar.

    Diego era alegre, pero su vida no fue un camino fácil, sino una batalla continua iniciada por sus padres, Pepe y Rosa, unos padres coraje que desde bien pequeño lucharon porque su hijo se educaran como los demás niños en lugar de confinarle en centros especializados en los que no hubieran apreciado su alta capacidad intelectual.


    Diego aprendió a leer y a escribir en casa, con los libros de sus primos. Sólo así, y después de una ardua batalla, consiguieron escolarizarle. «Hace 40 años la educación no era como ahora y Diego fue pionero en todo. Fue promotor del cambio», dice Oscar.

    Fue al colegio y también al Instituto, al Julio Caro Baroja, de Getxo, donde gracias al empeño de su familia consiguieron que se pusiera un ascensor. Allí ya demostró que «era brillante, inteligente, memorizaba todo», recuerda Paola.

    Su memoria le llevó hasta la Universidad Deusto donde estudió Derecho, porque, «quería conocer sus derechos, conocer las leyes para defenderse». Su paso por la Universidad dejó huella. Se habilitó un aula en la planta baja para que Diego pudiera acudir a las clases en una facultad que por aquellos años aún no estaba adaptada como ahora para los alumnos en silla de ruedas y su familia tuvo que contratar una persona que cubriera sus carencias a la hora de seguir la clase. Un acompañante en todo momento.

    «Marcó un antes y un después», dice Gema Tomás, ahora decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Deusto y que dio clases a Diego de Derecho civil.

    «Es una persona que no olvidas. Lo primero que llamaba la atención es que era muy sonriente y con mucha ganas de aprender. A pesar de sus dificultades, que evidentemente las tenía, su capacidad, su fuerza, su tesón, era enorme. Y una capacidad de superación que llamaba la atención». «Era una persona que sonreía, caía bien y estuvo recogido y apoyado por sus compañeros, y eso fue muy importante», dice.

    La decana recuerda como el día de la ceremonia de entrega de título, los aplausos que se oyeron cuando le tocó el turno a Diego «fueron realmente inolvidables. Había un reconocimiento por parte de la facultad a su esfuerzo de superación que realmente fue emocionante».

    Tras vivir doce años con sus padres en Menorca, donde trabajó una temporada para el Consell de Menorca, en el departamento de Movilidad, colaboraba ahora en proyectos de la Universidad de Deusto a través de la asociación Fekoor, a la que estaba muy vinculado. «El tenía muchas ganas de continuar con el mundo académico y con el mundo de la formación. Era consciente de que tenía un cierto papel de marcar una senda, un camino para otros, porque había logrado lo que otros no habían logrado», afirma la decana de Derecho.

    Actualmente participaba en el proyecto Ciudades amigables, que Deusto tiene en marcha en colaboración con Fekoor. Había ya visitado varios colegios y universidades para explicar a los jóvenes las dificultades a las que se enfrenta la gente con diversidad funcional cada día. La próxima semana se iniciará uno nuevo, ya sin Diego, por lo que la Universidad de Deusto aprovechará un encuentro del proyecto que se celebrará el día 11 para mostrarle «nuestro cariño y el excelente recuerdo que tenemos de él». Ese será el homenaje, pero Diego estará presente en cada acto.

    Javier, técnico de Ocio de Fekoor, le acompañaba en muchas de esas charlas a los alumnos. «Se sentaba delante de los chicos y en todos los casos había un nexo común, las bocas abiertas. Bocas abiertas por ver a una persona con una gran discapacidad. Al principio solo veían la silla de ruedas. Pero él tenía la virtud de romper con esos prejuicios y en 10 minutos había cambiado el chip. Empezaba a decir todo lo que podía hacer y dejabas de ver la silla y veías a Diego. Y no hacía falta mucho tiempo para eso».

    Javier recuerda cómo al entrar en las clases «el silencio era absoluto». De entrada imponía. «Nada que ver cuándo nos marchábamos, entre bromas y miradas de complicidad con los críos».

    «Siempre asumía los problemas con la mejora cara del mundo», recuerda, Ivan que fue el monitor que le inició en el mundo de la pintura desde uno de los talleres en los que participaba en Fekoor y se convirtió en un amigo. «Echaba valor para todo».

    Le gustaba la velocidad, el motor, y sentir el subidón de adrenalina al lanzarse por una tirolina o volar en parapente, sin importarle las miradas extrañadas de quien no entendía los riesgos que corría. «Diego tenía muy claro lo que quería», dicen los que le conocían: «Quería vivir».

     http://www.elmundo.es/pais-vasco/2015/09/06/55eb454de2704e97698b458e.html


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