martes, 20 de octubre de 2015

LOS APARATOS QUE ME MANTIENEN…

LOS APARATOS QUE ME MANTIENEN…

Gozaba poco tiempo de vida cuando llegó aquella maldita epidemia de la polio inundando y arrasando mi organismo al completo y dejando a mis piernas rotas cuales trapos viejos; sin vida y movimiento alguno para el resto, que se dice pronto, aunque, se vive gota a gota…

Ya caminaba por aquellos efímeros catorce meses de vida. Tenía unas piernas contorneadas y rechonchas: “Preciosas”; según palabras de mi madre repetidas veces durante toda su vida…
Nueve años en un sanatorio fue tiempo suficiente como para olvidarme del movimiento propio, aunque eso sí, situaba a mis ganas en las piernas ajenas desde la cama y me daba mis buenos paseos por cada uno de los que hasta mi cuna llegaban.

Un buen día la suerte nos presentó: “¡Mira, qué aparatos tan bonitos vamos a colocarte en las piernas para que puedas volver a caminar…!”
La emoción se apoderó de mi ingenuidad y me hizo creer que saldría caminando, como todo el mundo, con aquellas baritas mágicas que para mí suponían ser las ataduras o aparatos que me mostraban.

Una vez colocadas las piernas dentro de aquellas máquinas de andar: plataformas de hierro macizo con botas y estribos incluidos, más correas con apoyos en la cintura, quedé cual presa atrapada en la cárcel de la incomprensión, porque aquellos, ni se movían, ni a mí me hacían mover de ninguna de las maneras…

No entendía nada. Pensaba que tan solo con ponerme los hierros y bajar al suelo de mi eterna cama, sería más que suficiente como para comenzar a caminar sin problemas, pero ocurrió todo lo contrario: una vez de pie y ayudada entre los dos enfermeros quedé atrapada y aferrada; como anclada al suelo, sin poder activar, casi, ni la respiración.

No era capaz de menearme un ápice porque corría el riesgo de caer con toda la estructura pesada que acababan de incorporarme al ya bastante endeble esqueleto de mi cuerpo…
Y, madre del amor hermoso… Aquello fue como espolear a la sala al completo con sus camas y sus niñas dentro…

Todos expectantes conmigo y animándome me decían: “¡Venga, vamos; no seas cobarde y anda de una vez, Mari Pili, anda…!”

Ay, anda, jaja. Qué fácil lo veían ellas desde sus camas…
¡Anda, me indicaban una y otra vez…!
¡ANDA...!

Animada por semejante cuórum decidí avanzar un paso con la ayuda, por supuesto, de las dos nuevas muletas y…
¡ZAS…!
Una pequeña delantera me bastó para besar el suelo en plena boca…
Pero bueno, amigos… Desde aquellos días de estreno; nueve años más o menos hasta hoy; sesenta más o menos también, he caminado a cuestas con mis dos amigos los aparatos de hierro y sostén de mis huesos, más mis dos muletas de diferentes composiciones: hierro, acero, etc., y jamás los he podido dejar atrás en ninguna de las aventuras de mi diario.
Y ellos han sido y son el primer quehacer del día, y el último de la noche.
Y ellos son también, el primer dolor de todas mis caídas: un solo tornillo roto o perdido en un batacazo me duele tanto o más que una herida o trompazo bien dado en mi cuerpo… Tal cual.

Por lo tanto, ¡bienvenidos a mi vida, monumentos de acero!
Que gracias a vuestro invento he conseguido pasear mi nomenclatura por el espacio a mi santa voluntad y con mis ganas, en cada momento.
¡Vaya desde aquí este pequeño homenaje a estos hierros fríos que me calzo cada mañana; a los que tan solo consigo calentar con los ánimos de mi espíritu...!

PilarPereiraGaliana

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